|
El amor —y el respeto— incondicional que Ricard Ruiz profesa por todo lo que acompaña a la figura de Frankenstein le ha llevado a escribir textos de todo tipo en torno a lo que se considera la primera novela de ciencia ficción de la historia. Desde artículos y columnas hasta ensayos (no os perdáis el notable Mary Shelley y el monstruo de Frankenstein, por ejemplo), pero aún le faltaba profundizar en el universo real de Mary Shelley y su entorno más inmediato.
Y el resultado es este Wollstonecraft, el principio siempre es hoy, un título arriesgado para una obra que desea por encima de todo rendir homenaje a la figura de su protagonista, la madre de la conocida Mary W. Shelley (adivinad de dónde proviene la “W”). Digo arriesgado porque para mucha gente este apellido no significa gran cosa, solo una serie de letras encadenadas con gran sonoridad que probablemente deja indiferente a la mayoría. Yo mismo no conocía la historia de Mary Wollstonecraft hasta que Ricard Ruiz, en alguna de sus disertaciones en torno a Frankenstein y Mary Shelley, explicaba con mucho énfasis que la madre de la autora de Frankenstein fue una de las primeras feministas de la historia, una de las personas pioneras en alzar la voz sobre los derechos de las mujeres en una sociedad que, obviamente, no las tenía en cuenta. Estamos a finales del siglo XVIII, cuando una de las revoluciones político-sociales más importantes de la historia de la humanidad acaba de estallar: la Revolución Francesa. Y Mary Wollstonecraft está allí, tomando notas del conocido Libertad, igualdad, fraternidad.
“(...) La madre, atenta, me miró fijamente y asintió, no sé si en un gesto amable o de advertencia. Era alta y atractiva, a pesar de la nariz y la barbilla prominentes. Tenía un cabello rizado y generoso, del color del fuego, y una mirada contundente. Tenía los ojos dulces, pero de granito.”
Ricard Ruiz diseña una novela de fantasía histórica, es decir, escribe sobre una de las temáticas fantásticas que más me apasionan, mezclando hechos reales y rellenando los huecos desconocidos de ciertas fechas o etapas de las que no tenemos noticias con pura especulación fantástica. Y así es: en Wollstonecraft, la parte central de la narración está enfocada en un viaje que realizó nuestra protofeminista por tierras suecas, junto con su primera hija, Fanny (un bebé entonces), y al menos en esta historia, también con su niñera, Margueritte. Y este es el espacio que el autor rellena, afina y construye para jugar con la fantasía y el personaje real de Mary Wollstonecraft. Y conociendo a Ricard Ruiz y su fascinación por Mary Shelley y su madre, estoy convencido de que no se ha desviado ni una coma de la historia real... al menos hasta donde la conocemos.
Curiosamente, sin embargo, el punto de vista desde el que se nos narra la trama no es bajo la mirada de la enérgica —y algo inestable— Mary Wollstonecraft, sino desde la percepción de la niñera de su hija: Margueritte. Y claro, eso es conceptualmente importante porque la sirvienta recibe una influencia abrumadora —especialmente al principio— de una mujer vital y comprometida como era M. Wollstonecraft, pero como resultado de ello, precisamente, el personaje de Margueritte eclipsa al de la protagonista y deja a nuestra feminista algo relegada.
Vamos por partes, pues: Ricard Ruiz teje dos historias a la vez, completamente desiguales en espacio y tiempo. Una solo ocupa tres breves capítulos, al inicio, en un interludio y al final. Es un escenario tétrico, que parece sacado de capítulos de Frankenstein, donde una mujer arrastra un saco y se planta ante una tumba. Llueve (o al menos así me pareció al leerlo, mira), es oscuro y nos deleitamos con un buen monólogo entre una voz compungida y una tumba donde descansa alguien. Ruiz ha volcado buena parte de sus sentimientos hacia las figuras que homenajea con esta novela. Y solo son tres episodios, pero me han parecido muy cuidadosos, con una prosa especial.
La segunda trama es el grueso de la novela y nos sitúa a las postrimerías de la Revolución Francesa y del periodo del Terror, en París. Margueritte tiene la fortuna de conocer a Wollstonecraft y es contratada para ayudarla con su hija Fanny. A partir de ahí, de Francia a Inglaterra, la niñera comprobará de primera mano las ideas revolucionarias de su señora, pero también detectará una dependencia inusual hacia su primer marido. Son capítulos firmes, que nos presentan una figura quizá poco maternal, con ideas muy claras y espíritu transgresor, pero también una persona que puede romperse ante las derivas sentimentales de un esposo que la detesta.
Y quizá por ese motivo se embarca en una aventura —real— hacia Suecia, para demostrar a su marido que ella, sola, puede resolver un misterio sobre la desaparición de un barco de la compañía de su esposo. Aquí es donde entramos en terreno inexplorado y donde el autor nos expone su especulación fantástica. Esta se vincula a mitos, religiones paganas, sagas vikingas... y al término del mito de Mare, que en diversas culturas europeas simboliza un espíritu que nos oprime el cuerpo mientras dormimos, asfixiándonos —nuestro referente más cercano sería la Pesanta—. Ricard Ruiz hace los deberes e intenta conectar esta leyenda tan extendida con las aventuras de la activista en busca de un barco perdido. Se nota que se ha documentado y ha explorado posibilidades para integrarlo en su historia.
Pero, pese al atractivo de la propuesta inicial, a mí me ha resultado difícil encajarla adecuadamente en la trama. El problema, para mí, es que la historia gira sobre sí misma y no parece conducir a ningún lugar de forma clara o, al menos, aparentemente, solo nos lleva a arañar conclusiones tibias sobre estos mitos que transgreden diversas culturas y pueblos. Y me ha costado entrar en este juego y combinarlo con las indagaciones de Wollstonecraft.
Así pues, esta parte central de la novela, que transcurre en las costas escandinavas, no acaba de encajarme del todo en la historia, especialmente en lo relativo a los ritos y choques de creencias tanto con las leyendas locales como con la intromisión de personajes de la doctrina cristiana cuyo papel no he acabado de asimilar.
Recordemos, además, que todo se expresa desde el punto de vista de una influenciable Margueritte, que hace lo imposible por ayudar a su señora y además debe cuidar de su hija. Pero la aventura de la enérgica activista por el norte, con sus fantasmas personales vinculados al espíritu de Mare, resulta algo confusa y no creo que sea demasiado emocionante para los lectores que no tengan un interés especial en la vida de Mary Wollstonecraft. Aun así, la prosa de Ruiz es siempre generosa, con ritmo y poder de atracción, y nunca tienes la sensación de tropezar con ella. Al contrario, las páginas fluyen sin cesar durante toda la lectura, por mucha mezcla de supersticiones, magia y maldiciones que nos aborden.
Eso sí, encontramos también un final emotivo. Quizá la mejor parte de la novela, tanto por la notable prosa de Ricard Ruiz como por cómo transmite el mensaje liberador de Mary Wollstonecraft y cómo lo enlaza todo con su hija y la novela que tanto venera el autor y que, repito, fue la semilla de la ciencia ficción que todos disfrutamos hoy en día.
Eloi Puig
15/10/2025
|
|