Muy a menudo un planteamiento
sencillo puede resultar tan o más efectivo que un argumento
complejo, diseñado hasta el mínimo detalle. Éste
es uno de aquellos libros que he estado removiendo más de
una vez por los mercados de segunda mano pero que nunca me decidía
a comprar. Precisamente por la sencillez del argumento (y de la
contraportada, todo hay que decirlo), no me había atrevido
a comprarlo hasta este último verano.
El hecho de que el autor fuera un mundialmente
reconocido Stephen King añadía todavía más
controversia a mi decisión. Si bien, me gusta su prosa, de
esta obra no había oído hablar demasiado... y me la
tomaba como una novela primeriza o quizás no a la altura
de clásicos del maestro del terror. Pero me equivocaba: King
ideó un argumento muy sencillo -no simple- y lo desarrolló
de forma chocante haciendo que la novela resultara tan impactante
como original.
Ubiquémonos: EE.UU., en un momento indeterminado
que no se llega a concretar, parece un siglo XX con rasgos ucrónicos,
alternativos, pero que el autor no le interesa dejar claros pues
enfoca toda su atención en la premisa de la novela: Mostrar
el terror absoluto ante la muerte próxima. ¿Cómo?
Con una malsana competición deportiva. Cada año cien
chicos voluntarios realizan una marcha por la carretera. Tienen
que andar a un ritmo mínimo de 6,5 Km/hora; cada vez que
bajan de este hito mínimo reciben un aviso por parte del
ejército que les va detrás. Después del tercer
aviso son muertos a tiros allí mismo. La marcha no concluye
hasta que queda una sola persona de pie. El premio... cualquier
cosa que se pida.
King, por una parte critica a la sociedad consumista
que necesita ver sangre, sufrimiento y dolor. La marcha se retransmite
por televisión en una especie de reality show y la
gente enloquece, se excita y clama contra los marchadores o a favor
de ellos. Y por la otra, el autor busca conocer la mente de los
marchadores. La novela no deja de ser una especulación, en
clave de terror psicológico, sobre la proximidad de la muerte.
Todos saben que pueden oír los tiros que significarán
su muerto en cualquier momento, sólo reduciendo el ritmo;
todos los marchadores saben que los amigos que hagan tendrán
que morir para salvarse ellos mismos. Todos temen que el agotamiento
de caminar días y días puede hacer que acaben muertos
o con secuelas aunque ganen la prueba. La sencillez del argumento
se centra en las interactuaciones entre los diferentes protagonistas,
sus rivalidades, sus miedos personales, la ayuda que se dispensan,
el odio que se profesan... todo un abanico de posibilidades que
el autor explota magníficamente.
El autor escribe con pasión, con un énfasis
que me hace recordar sus mejores obras, tiene terreno para explorar
y tiene la capacidad para hacerlo. Utiliza los diálogos entre
los participantes para explicarnos porque están allí
y usa los pensamientos más profundos de éstos para
mostrarnos el dolor, la esperanza, el sufrimiento y el terror que
tienen que afrontar ante la carretera. El autor profundiza paradójicamente
tanto la relación de grupo como en la solitud de los marchadores.
Analiza los sentimientos de los participantes de forma estremecedora...
cómo pueden pasar de la lástima, a la arrogancia o
a la camaradería, y de aquí a la desesperación
más absoluta.
Quizás nos hubiera gustado saber el porqué
de todo, en qué sociedad ucrónica o futura nos encontramos
para entender que el gobierno apoye una prueba tan dramática
y disparatada como ésta. King sólo deja vislumbrar
algunos aspectos sobre este punto pero creo que en este sentido
al lector le falta más información.
Otro aspecto que creo hubiera sido interesante
es que King nos hubiera trasladado a la mente de algunos de los
participantes y no sólo en la del protagonista; en un estilo
parecido al utilizado por Martin en la su -todavía- inacabada heptalogia fantástica, Canción de Hielo
y Fuego; de esta manera todavía hubiéramos disfrutado
más de las sensaciones y miedos bajo diversas perspectivas.
Así pues, una novela que juega a romper
esquemas y que hace que el mismo lector realice apuestas mentalmente
sobre quién ganará finalmente la competición
añadiéndose sin quererlo a la turba de gente que anima
y contempla con morbosidad a los marchadores. ¿Significa
eso que en el fondo la condición humana es capaz de asumir
estas barbaridades? ¿No observemos todos nosotros embelesados
los desastres bélicos o naturales que nos ofrece la televisión
y en cambio hacemos caso omiso a noticias más agradables
o a programas más inocuos? Quizás nuestra racionalidad
es la única diferencia entre la sociedad civilizada y la
barbarie, pero no siempre la cultivamos como sería necesario.
La larga marcha es una obra de ficción pero a veces me pregunto
si no sería fácilmente aplicable a una sociedad cada
vez menos comprometida y éticamente corrupta como la nuestra,
capaz de emitir sin cesar reality shows sin ningún
tipo de sentido. Todavía estamos muy lejos de querer una
"Larga marcha", pero estamos asentando las bases.
La idea ha estado presente también en
otros medios, como por ejemplo en la película japonesa Battle
Royale donde cien chicos y chicas tienen que matarse mutuamente
en una isla hasta que quede uno de sol, el cual recibirá
el mejor regalo de todos: La vida.
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