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No es habitual que un elemento del folclore fantástico catalán sea el núcleo desde donde se desarrolla una novela de fantasía ambientada en nuestro pasado. Quizás este hecho está más arraigado en los numerosos relatos donde sí se hace referencia a las criaturas de la noche y a los seres fantásticos de nuestro legado popular, pero en cuanto al formato más largo de las novelas, por desgracia, es poco frecuente.
Pero para intentar restablecer esta carencia tenemos a Javi Fernández, que nos presenta su primera novela: L’últim dip, una historia de misterio y fantasía ambientada en un pueblo perdido de Catalunya a comienzos del siglo XIX, justo antes de la invasión napoleónica.
Nos situamos, pues, en una pequeña localidad repleta de supersticiones y miradas indiscretas, donde los vecinos forman parte de una excelente ambientación que Fernández ha sabido confeccionar y que relata de forma notable: no solo el aire de aislamiento que profesa el lugar donde transcurre la acción, sino también aquellos temperamentos tan propios de aquella Catalunya rural donde los asuntos locales se resolvían en casa, entre la familia o, al menos, entre los mismos habitantes.
“Me sorprendía la actitud de un pueblo que parecía actuar como una única mente pensante. El miedo es astuto y utiliza sus armas para generar reacciones que a menudo van en la dirección contraria de la que marca el sentido común. Pero aun así, aquella gente se preocupaba por cualquier cuestión excepto la de la muerte.”
Y claro, la llegada de un joven novicio —nuestro protagonista— enviado para testimoniar las últimas horas (y voluntades) de una terrateniente que controlaba buena parte de la comarca, sacude un poco el carácter y las costumbres de una gente acostumbrada a resolver sus propios problemas.
El novicio, poco a poco, irá descubriendo leyendas del pueblo y será testigo de hechos extraños, miradas acusadoras y sueños premonitorios que apuntan a un monstruo, un dip, el perro vampiro del que se habla en las leyendas más antiguas, pero que sigue bien presente en la mente de los aldeanos.
Lo primero que quisiera destacar de mi lectura de L’últim dip es el tono, ese estilo cautivador con el que Fernández nos describe las vivencias del novicio en primera persona. Se trata de un lenguaje culto —muy afín al rol del protagonista— que contrasta con el habla más ruda y campesina de los vecinos. Pero además, es una prosa elegante, de quien escribe con minuciosidad sus pensamientos. Me atrevería a decir que tiene incluso un toque decimonónico, que se perfila entre el diario de viaje y cierto romanticismo y curiosidad científica. El ritmo es pausado pero firme; pisa con fuerza una tierra que, si no es salvaje, sí parece repleta de misterios abominables.
Y es que parece que la inminente muerte de la señora Rovella Adell i Grau resultará un trastorno importante para un pueblo que depende de ella. El hijo de la señora es retrasado y no puede dirigir los negocios familiares. Los otros posibles herederos llegan por separado a la casa, en espera de las mencionadas últimas voluntades. El primero, un pastor huraño que hace tiempo abandonó el pueblo para refugiarse en los bosques y las montañas. La otra, una joven que emigró a la gran ciudad, a la capital, y regresa casada con un pequeño noble de aires afrancesados. Pero no solo los herederos estarán al acecho de los acontecimientos: también los poderes fácticos del pueblo, el cura y el alcalde, asomarán la cabeza y se verán inmersos en la trama.
Y a todo esto hay que mencionar la presencia ominosa del dip. Parece que ha habido ataques, muertes de animales, destrozos. Y la gente cree que el dip, la bestia, vuelve a rondar el pueblo o, más bien… que está desatada. Nuestro novicio tendrá que decidir si todo son imaginaciones de los campesinos o si hay algo de verdad en todo ello.
Para llevar a cabo su investigación involuntaria, el novicio hurgará donde no debe y también recibirá unas turbadoras visiones. Debo decir que los pasajes oníricos no suelen ser mucho de mi agrado, y aquí el autor presenta tres muy potentes: tres espejismos, sueños, premoniciones que el novicio experimenta durante su estancia en el pueblo. Pero son fragmentos importantes para el conjunto de la obra, y es ahí donde la realidad y la fantasía se dan la mano y forman una estructura sólida y coherente.
Javi Fernández nos propone, pues, una historia entre detectivesca y fantástica, que bebe de las leyendas y que nos presenta un dip tan real como metafórico. Cabe recordar que el dip es un monstruo que a menudo se presenta como una bestia coja y que puede ser enviada por el demonio bajo una maldición o un pecado grave. Sea como sea, al autor le ha gustado documentarse y perfilar con sutileza la figura del monstruo. De hecho, a veces me ha costado captar las metáforas y el simbolismo que expone el autor, cosa que, de hecho, me ocurre a menudo. Es de esos libros que uno se plantea releer (si no entero, en parte) para poder descubrir las pistas y los significados ocultos de la primera lectura.
El autor ha preferido centrar sus esfuerzos en un relato conservador alrededor de un pueblo maldito. Aunque deja alguna puerta abierta a expandir este universo con referentes más históricos —recordemos que todo transcurre un año antes de la Guerra del Francés, y aquí habría un escenario fascinante para desarrollar tramas más épicas—.
Una primera novela notable, en la que destaco una vez más la prosa elegante y la ambientación. Por otro lado, es cierto que particularmente prefiero los hechos vividos antes que ciertas metáforas y, a veces, quizás la novela peca de abusar de la iconografía. Pero esto está meditado y pensado, pues Javi Fernández ha expresado en más de una ocasión su interés por cultivar el simbolismo en sus obras. En conjunto, una magnífica carta de presentación de un autor acostumbrado a los relatos cortos y que aquí, por primera vez, explora su capacidad en el formato largo.
Eloi Puig
02/11/2025
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