Los tres estigmas de Palmer Eldritch
CF- REFLEXIÓN
 
     
 
 
 
 

ELS TRES ESTIGMES D'en PALMER ELDRITCH
Three Stigmata
of Palmer Eldritch

(1964)

Phillip K. Dick

Editorial:
Males Herbes
(2021)


Colección:
Distorsions

Núm:
82

Páginas:
308

Traductor:
Josep Sampere

 
     
Los tres estigmas de Palmer Eldritch

Reseñar una obra de Philip K. Dick es siempre una pequeña odisea para un servidor. Y esto se debe a que en sus obras son, como mínimo, difícilmente clasificables. Sí, la mayoría poseen una especie de mezcla fascinante de ingredientes basados ​​en la colonización, la distopía... incluso en viajes en el tiempo y las ucronías. Pero sobre todo hay que decir que la mayoría respetan esa premisa tan dickiana de experimentar con la alteración de la realidad. Esperaba que después del gran clásico que fue Ubik o la última novela que leí del autor, Fluyan las lágrimas, dijo el policía, ya estaría curtido y nada de lo que me propusiera me sorprendería excesivamente.

Estaba equivocado, por supuesto.

Porque además de los rasgos característicos de las obras de Dick, en esta novela, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, el de Chicago vierte muchas reflexiones religiosas que nos pueden saturar aún más nuestro malogrado cerebro. El hecho es que Dick puede mezclar estos elementos y ofrecernos un cocktail brutal en el que nos puede dejar tanto aturdidos y perdidos como también con los ojos abiertos de par en par, tanto fascinados por lo que nos propone como mareados por cómo lo ejecuta.

Situémonos un poco: Los principales mundos habitables del Sistema Solar (lo sea, los planetas rocosos y algunas lunas) están terraformados por la humanidad. Hasta el punto de que encontramos colonos, granjeros que son enviados (contra su voluntad) para ayudar a fomentar y estabilizar estos mundos agrestes. Ya en otras novelas como Tiempo de marte (publicada un año anterior) observábamos aquella visión romántica y rural tan bradburiana de la colonización de mundos exteriores y también como el autor despreciaba al gobierno terrestre de manera sutil por administrar de forma ineficiente sus colonias. En esta obra observaremos hasta qué extremo ocurre esto: La vida de los colonos es tan miserable que éstos se abocan a consumir drogas alucinógenas que les permiten resistir al tedio diario de vivir para siempre en mundos casi inhabitables. Las drogas son fabricadas y repartidas por la empresa Equipos PP que poseen el monopolio, pero el gobierno de la Tierra, la ONU, lo permite discretamente.

La sustancia alucinógena en cuestión se llama Can-D (leedlo en inglés) y traslada a quien la toma a un entorno idílico de la Tierra, donde las mentes de los consumidores ocupan cuerpos gráciles y hermosos en una soleada California. La transición se realiza masticando la citada droga y si se toma en comunión con otra gente, todos acaban trasladándose mentalmente a los mismos cuerpos. Ni que decir tiene que los colonos marcianos son adictos.

(...) “Cuando la Can-D les hacía fusionarse en el interior de aquel cuerpo de muñeca, se veían transportados fuera del tiempo y del espacio. Muchos de los colonos todavía no creían en ello; a su entender, los escenarios no eran más que símbolos de un mundo que se les había vuelto inaccesible. Sin embargo, poco a poco los incrédulos iban cambiando de parecer. (...) Durante el estado de traslación, era posible cometer un incesto, un asesinato, lo que fuera, y aquella acción, según un punto de vista jurídico, no dejaba de equivaler a una simple fantasía, un deseo irrealizable”

Pero mientras estos pioneros pseudo-espaciales son obligados a establecerse por el Sistema Solar, la Tierra languidece bajo un solo infernal (un avance plausible del cambio climático). Allí, Dick nos acerca a un montón de pequeñas maravillas que contrastan con una escasa visión futurista por parte del autor (la novela ha envejecido un poco mal en algunos aspectos). Estos avances técnicos se materializan de diversas formas. Por ejemplo, las llamadas E-terapias, que permiten agilizar la evolución humana; también comprobamos que hay personas precogs que trabajan en departamentos de premoda (para adelantarse a las tendencias del mercado) y desde donde atisban futuros posibles, algo que encuentro simplemente brillante. Pero como comentaba, esta ciencia ficción es también deliciosamente retro: Tanto podemos encontrar viajes a Ganímedes que duran unas horas como comprobar que la gente utiliza todavía las cabinas telefónicas para comunicarse. Por no hablar de que los pagos se hacen con pieles de trufa (mejor no preguntar). También observamos comportamientos muy homófobos y machistas en este futuro siglo XXI... muy en línea con el pensamiento de los sesenta en EE.UU. En este sentido, Dick quizá no supo especular demasiado sobre cómo sería la relación de roles entre sexos cien años después y extrapoló (quizás un poco demasiado) la propia sociedad americana sin cambiar su esencia.

Pero este vibrante escenario todavía ofrece más sorpresas, quizás la más notoria es la humanidad conoce la vida extraterrestre, específicamente en Próxima Centauri. Allí viajó, una década atrás, el piloto Palmer Eldritch. Ahora, en la actualidad, los rumores afirman que el aventurero se ha estrellado al regresar a nuestro sistema cuando volvía para casa. Pero también se habla de que Eldritch traía una nueva droga, un nuevo concepto nunca visto anteriormente que puede romper el status quo de las adiciones humanas. O esto es lo que piensa Leo Bulero, jefe de la empresa Equipos PP. Pero el hecho de que un empleado suyo, un precog, visualice que Bulero matará a Eldricth no ayuda precisamente a que la situación se calme. Y aquí entra en juego la paranoia, los estados de conciencia alterados, los viajes a universos que no existen (¿o sí?) y por si fuera poco, las manifestaciones que en forma de estigma de Palmer Eldricth, persiguen a varios protagonistas durante la novela.

¿Que todo parece muy rocambolesco? Bien, estáis leyendo una novela de Philip K. Dick... ¿Qué esperabais?

El autor nos propone una novela con serias consideraciones sobre el uso de las drogas (en una época que él probablemente las tomaba sin parar) pero extrapolando este estado alucinógeno con disertaciones religiosas, sinceramente muy interesantes. El ritmo es endemoniado y nos traslada de un escenario a otro, de un personaje a otro, en un momento. Parece que el autor quiera contar mil cosas, mil maneras de ver la realidad y que no tenga tiempo de detenerse en centrar la acción e incluso la época tan abstracta que se describe en la novela.

A medida que avance la novela comprobaremos cómo la nueva droga Chew-Z quizás hace algo más que jugar con la mente de quienes la toman. Su máxima dice:

Dios promete la vida eterna.
Nosotros la ponemos a su alcance.

Las consideraciones teológicas irán chocando con la misma esencia del universo a golpes, como si un ariete metafísico destrozara las puertas de la realidad y la figura de Palmer Eldritch se nos irá formando en la cabeza en un papel que tanto podemos interpretar como de mesías como de deidad. Los últimos capítulos se convierten en un tour de force de realidades superpuestas, marca de la casa, con un añadido de disertación teológica importante.

Extraña, vigorosa, reflexiva y quizás algo trascendente. Son algunos adjetivos que podrían acercarse a definir esta obra que Philip K. Dick escribió en plena efervescencia creativa. No es una lectura fácil (a pesar del buen ritmo) y el lector se quedará con el ansia de darle vueltas, buscar sentidos ocultos y charlar sobre las ideas —rompedoras— que nos propone el autor estadounidense.

Eloi Puig
26/12/2021

 

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