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             Me cuesta entender que  una obra como Stalker, Picnic junto al  camino me resultara una lectura tan interesante y de la que guardo muy  buenas sensaciones y en cambio de esta, Qué difícil es ser Dios, no he  podido conectar demasiado con ella. Digo esto teniendo en cuenta que ambas  pertenecen a los mismos autores (Arcadi y Borís Strugatski) y que son  probablemente sus obras más conocidas y todo un referente dentro de la ciencia  ficción rusa. 
            Los hermanos  Strugatski idearon esta aventura pseudomedieval pero de raíces que se adentran  profundamente en la ciencia ficción más filosófica, escrita en los años sesenta  en una Unión Soviética que censuraba de manera fulminante ciertos textos. El  hecho, sin embargo, que la novela ensalzara de manera más o menos clara el  comunismo propició que los censores no detectaran desviaciones de los cánones  establecidos. Se les pasó la crítica que ocultaba la obra. Esto es un punto  importante a tener en cuenta pero que igualmente no me ha dejado tan satisfecho  como esperaba pues las especulaciones que nos ofrecen los Strugatski no  acabamos de interaccionar con la trama. Las veo un poco sobrepuestas. 
            El universo del mediodía, es el espacio donde se sitúa la trama.  Un universo donde la Tierra cuenta con una sociedad utópica de carácter  igualitario, llena de científicos, niveles altísimos de educación y una  tecnología de la que se hace buen uso. La Tierra, pues, parece haber alcanzado  una especie de sociedad de marcado talante social que podríamos equiparar con  ciertas reglas del postulado comunista. Pero hay otros planetas menos  desarrollados llenos de humanos donde el Instituto de Historia Experimental  envía a observadores para detallar cómo evolucionan sus sociedades; también  para aprender, pero teóricamente nunca para perturbar su libre albedrío. Sí, se  dice también que esta idea influyó en la famosa Primera Directiva de la serie  Star Trek que especifica que no se debe intervenir en sociedades menos desarrolladas  para evitar condicionarlas. Pero según mi modesta opinión, en Qué  dificil es ser Dios no se acaba de ver demasiado bien los problemas  éticos o morales que sufre nuestro protagonista (excepto al final del libro)  para desarrollar su tarea observadora. Haciendo un símil, creo que Poul Anderson lo describía mucho mejor  con las historias de la Patrulla del  tiempo (aunque en ese caso, fueran viajes en el tiempo que podían perturbar  sociedades del pasado). 
            Rumata es un  observador de la Tierra que junto con otros compañeros vive desde hace años en  el planeta Arkana, investigando a una sociedad medieval y por tanto bárbara y  muy alejada de lo que entendemos por civilizada. La autocracia de los nobles y  reyes reinan sin oposición y de forma aterradora sobre los plebeyos. Pero desde  hace unos años esta situación ha empeorado y se atisban síntomas de fascismo y  movimiento de masas sin que se pueda evitar el daño que están haciendo. Uno de  los efectos de este nuevo sitio social es que se pretende eliminar a todos los  pensadores u hombres de saber para controlar mejor la población. Incluso se  prohíbe aprender a leer. Rumata querrá salvar a un sabio que él cree importante  aunque teóricamente sus instrucciones son de no intervenir y aquí es cuando  choca por primera vez con sus directrices y cuando se plantea su papel en ese  mundo. 
            "(...) No somos Físicos, sino  historiadores. Nuestra unidad de tiempo no es el segundo sino el siglo, nuestro  trabajo no consisten ni siquiera en sembrar; únicamente en preparar el terreno  para la siembra. (...) " 
            Los Strugatski nos  ofrecen una lectura muy amena, con un lenguaje coloquial, casero, intenso que  sentimos cercano y cómodo. Pero a menudo no se centran con los temas abiertos y  las aventuras y acciones de Rumata nos descolocan, los autores se van demasiado  por las ramas y en ocasiones se nos escapa el hilo, especialmente de los  personajes que intervienen. Costa conectar con ellos y la trama no acaba de  ayudar: Algo dispersa entre viajes a palacio y conversaciones poco  trascendentes. 
            Hacia los últimos  capítulos, sin embargo, los autores consiguen centrar la atención del lector  describiendo momentos duros que evidencian mejor las contradicciones morales  que debe asumir Rumata con la no intervención de la enfermiza sociedad que está  observando. Son los mejores momentos de la novela donde se constata lo que  puede hacer el populismo con las masas, aunque sea un populismo de origen  aristocrático que provoca el enaltecimiento de un fascismo que se palpa por las  calles y que ya gusta al poder pero que se vuelve en contra de todos porque si  algo critica la novela  es este  sentimiento irracional que quiere prohibir y atar los conocimientos de la gente  corriente y que prevé una sociedad radicalizada entre unos cuantos que  controlan al resto, precisamente porque no poseen la capacidad para volverse  contra ella. 
            Precisamente lo  contrario de las premisas de este Universo  del mediodía y de la sociedad utópica que existe en la Tierra y que  impactan directamente con la ética de los terrestres que por un lado desean  ayudar al desarrollo de sociedades más atrasadas pero por otro mantenerse al  margen. Hacer lo que se considera correcto pero sabiendo que las consecuencias  son imprevisibles y que depende de cada visión, de cada legado cultural, el  bien o el mal pueden convertirse en diferentes e intercambiables para cada uno: 
            “(...) por lo tanto, ¿Cuál es el mal que hay que combatir,  Don Rumata? (...) El mal es inextinguible, nadie es capaz de deducir la  cantidad de mal que hay en el mundo. Un hombre puede mejorar ligeramente su  destino, pero siempre a costa de perjudicar al de los demás. Siempre habrá  reyes más o menos crueles y barones más o menos despiadados, así como siempre  habrá un pueblo ignorante que sienta admiración hacia sus opresores y odio a su  liberador. El motivo de esto es que el esclavo comprende mucho mejor a su  opresor, por cruel que sea, que a su libertador, puesto que es fácil para  cualquier esclavo imaginarse en el lugar de su amo, pero son pocos los que se  imaginan en el lugar de un libertador desinteresado (...)” 
            Una reflexión,  pues, muy interesante y para la época (y por donde fue escrito) realmente  vanguardista, pero que no he acabado de encontrar que cuajara con la trama  argumental que nos proponen los autores. 
            La editorial  Gigamesh ha personificado desde hace años como una gran defensora de la obra de  los Strugatski. No sólo ha publicado dicho Stalker, sino también otras obras  como Destinos  truncados o Ciudad maldita (que no he leído). Hace unos años regaló de  forma promocional la presente novela corta, Qué difícil es ser Dios,  y ahora la ha recuperado para la renovada colección Gigamesh Breve, que se  presenta de forma magnífica en tapa dura. 
            Eloi Puig 
              09/03/2020 
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