Guía del autoestopista galáctico
CF- HUMOR
 
     
 
 
 
 

GUIA GALÀCTICA
PER A AUTOESTOPISTES

The Hitchhiker's
To The Galaxy

(1979)

Douglas Adams

Editorial:
Laertes
(2021)


Colección:
L'arcà

Núm:
65

Páginas:
234

Traductor:
Eduard Castanyo

Saga:
Guia Galàctica per a Autoestopistes /1

Otras ediciones:

CATALÁN
1994 Laertes

CASTELLANO
1984, 2002, 2005, 2008, 2019 Anagrama

2010 RBa Coleccionables


 
     
Guía del autoestopista galáctico

A menudo hablo de asignaturas pendientes de leer, de esas obras que tienes en la cabeza y que te prometes saborear pronto porque son clásicos indiscutibles o textos que han influenciado muchísimo en su momento. Pero en el momento de leerlas, un sudor frío me recorre la frente porque tengo miedo de que me decepcionen, o que no me impresionen tanto como me esperaba.

Pero también hay obras que dejando de lado aquella atracción que sientes por ella tiene un handicap añadido: Has oído tantas veces hablar de algún personaje, escena, pasaje e incluso objetos (la toalla por ejemplo) que quizás esperas demasiado de ella. Por tanto, la lectura se ve algo alterada, como si quisieras pasar de puntillas por encima de sus páginas. En el caso que nos ocupa, ahora tocaba leerla sin dilación a raíz de la nueva edición que nos ha presentado Laertes dentro de su revalorizada colección L’arcà. Una cuidada edición con una gran portada de Albert Monteys y una auto revisión de la traducción clásica del no menos grande Eduard Castanyo que llega de forma muy oportuna teniendo en cuenta que en pocos días se inicia en Barcelona un festival de géneros fantásticos que lleva un número en su nombre que está íntimamente ligado a esta obra. Pero a toda costa era imperdonable que un agente de viajes como yo nunca hubiera leído todavía la Guía del autoestopista galáctico.

El robot depresivo Marvin, la toalla, el número 42... son algunos de los personajes, objetos o respuestas que confabulan la rocambolesca y surrealista historia que de repente le toca vivir a Arthur Dent, un hombre al que quieren expropiar la casa (ya tiene las excavadoras delante de ella) y que se estira en su jardín para impedirlo... en el mismo momento que se está ultimando el desguace del planeta Tierra para hacer pasar una autopista galáctica a su través. Hay que entender que el progreso es el progreso y que hay que hacer sacrificios como la vida de todos los habitantes del planeta (conste que en algún sitio a varios años luz había un documento que les avisaba). Y así comienza la loca aventura de Arthur y su amigo alienígena que es, además, un colaborador de la editorial que escribe la preciada guía turística de esta parte del universo, vaya la Lonely Planet de la galaxia.

Y señores... cabe decir que el primer capítulo es perfecto en muchos sentidos (ritmo, presentación de personajes...) pero sobre todo es excelente en un aspecto concreto: Te hace reír. Mucho. ¿Pero mucho eh? Pocas veces recordaba haberme estado riendo a carcajada limpia tantas veces seguidas en unas pocas páginas de un capítulo. Así pues, la presentación que nos hace Douglas Adams, nuestro querido autor, de la epopeya galáctica de Arthur Dent es inmejorable. Y ahí está uno de los puntos a destacar de la novela (que si no la habéis adivinado, ya os vale): El humor. No es que la Guía Galáctica para autoestopistas fuera la primera novela de ciencia ficción humorística ni mucho menos pero quizás es cierto que en el año 1979 cuando se publicó no corrían tantas. Pensad que sir Terry Pratchett (que seguro se inspira aunque sea brevemente de su compatriota Adams) no escribió El color de la magia hasta cuatro años después. O que el dúo Grant Naylor (autores de El enano rojo) no imaginaron las alocadas aventuras de aquella esperpéntica tripulación hasta diez años después. También decir, por cierto, que en 1988 salió una novela paródica del género de la ciencia ficción escrita por David Langford que le dedicaba el título a ésta: Guía del dragonspista galáctico en el campo de batalla estelar de Covenant en el límite de Dune: Odisea dos. Ésta curiosamente sí la tenía leída. Como veis, la sombra de Douglas y su obra es larga y sus influencias muy evidentes.

El humor, el surrealismo, los diálogos breves, desgarradores, llenos de ironía, las descripciones generales, los pies de página enciclopédicos (Sic!), todo está pensado para querer arañarnos una carcajada, una sonrisa de complicidad. Y realmente, dejando quizás de lado que la trama argumental se mueve por caminos llenos de baches y de escenas llenas de un surrealismo que nos invita sutilmente a escoger entre adjetivos como excelso y absurdo, lo que consiguió, o quizás mejor dicho transmitió en su momento, es esa complicidad de la que hablaba, esa breve mención a una palabra, a un número, a un personaje y que tu interlocutor sonría y mueva las cejas captando la indirecta. Debo reconocer que a mí esto no me pasaba por no haberla leído y que ahora —tantos años después—, no me he encontrado identificado en este particular submundo que se retroalimenta entre los lectores que han seguido la serie de libros (por cierto, hay otras cuatro novelas): A mí esta sensación me llegó en los noventa con el mundodisco de Terry Pratchett por ejemplo.

Pero aparte del humor intrínseco que transpira la novela también la podemos clasificar (como ocurre a menudo con el humor corrosivo de los ingleses) como una crítica nada disimulada a factores que en ese momento empezaban a preocupar a la población (desde los avances electrónicos e informáticos hasta la obvia construcción desmedida de infraestructuras viarias). En el texto encontraremos algunas referencias que quizás ahora no las notaremos tan evidentes pero que no dejan de formar parte de este universo humorístico anglosajón tan propio que tantas alegrías nos dio en los años ochenta, especialmente en el formato televisivo. Pero sea como sea, la presente novela fue una precursora de todo ello.

Así pues... la pregunta es obvia. ¿Me ha gustado la Guía del autoestopista galáctico? Hombre, pues sí, me he reído, me lo he pasado bien, y por fin he entendido para qué sirve tener una toalla a mano siempre. Pero también reconozco que quizás hace quince o veinte años me hubiera estimulado mucho más la imaginación pues la hubiera encontrado mucho más fresca, original y despampanante. Ahora puedo decir que la narración de Douglas Adams no es tan efectiva como en el primer capítulo, que no siempre te arranca una sonrisa o que incluso buscas demasiado a menudo alguna logia inexplicable en acciones perturbadoramente absurdas (y divertidas). La Guía del autoestopista galáctico es una notable entrada en el universo imaginativo y lleno de referentes que Douglas Adams concibió a finales de los setenta. Nos gustará pero hay que leerla sin expectativas, sin buscar ese chiste que hace tanto que quieres leer o ese personaje que hace tanto que quieres descubrir (Marvin en mi caso). También hace falta quitarse de la cabeza la adaptación cinematográfica que no acabó de funcionar en la gran pantalla.

Pero los hechos son que la novela engancha, es atractiva, te ríes con ella y da muestras de poseer un humor tan irreverente que no es extraño se haya convertido en una referencia ineludible por los frikis, geeks y otras especies extrañas que nos movemos por estos mundos. Un ejemplo: Da la casualidad de que la muerte de Douglas Adams se produjo un 25 de mayo, un día que ya de por sí los friquis celebrábamos a raíz del estreno de Star Wars. Y a las casualidades a veces hay que escucharlas de modo que el 25 de mayo ya se ha convertido por excelencia en el día del orgullo friki... y no os extrañe poder ver gente con toallas en el hombro (siempre van bien si tienes que realizar un viaje no esperado por el universo). Todo mérito de Douglas Adams y de esta Guía del autoestopista galáctico

Eloi Puig

01/11/2021

 

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